Año 0. Día 3.
Oscuridad. Nada alrededor, solo oscuridad. Oscuridad y un silencio sepulcral. ¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido? No podía saberlo. Después del estupor inicial y como un extraño y lento despertar, escozor. Un terrible escozor en manos, pies y abdomen. A punto de perder la consciencia, un sonido estremecedor y un fogonazo de luz. ¿La luz al final del túnel? No, todavía no. Y, de repente, un picotazo en las venas y la voz de un hombre pronunciando una palabra en un idioma desconocido. De nuevo, oscuridad, solo oscuridad y sueño, un terrible e inevitable sueño.
Año 2,021. Día 247.
Luz. Mucha luz. Demasiada quizá. Hombres ataviados de blanco pululando alrededor nerviosos. Palabras incomprensibles iban y venían. Uno de los hombres abandonó la sala y regresó con otro ataviado completamente de negro, el interrogador.
-Bienvenido.
Esta vez sí comprendió. El hombre de negro se expresaba en su mismo idioma.
-¿Eres consciente de quién eres?
-Sí.
-¿Y de dónde estás?
-No.
-Verás, gracias a las nuevas tecnologías y el irrespetuoso afán del ser humano por conocer la verdad, estás aquí, exactamente donde estabas, pero 2,021 años después.
-Pero, ¿cómo?
-¿Y tú me lo preguntas? El cómo es una de las preguntas de las que estamos deseando oír la respuesta. Pero, bueno, llevas aquí unos días y ya sabemos un cómo. ¿Recuerdas qué ocurrió?
-La cruz. Aquella maldita cruz.
-Mmm, blasfemando... Ya empiezas a caerme bien. Efectivamente, aquella maldita cruz que debería haberte matado, no lo hizo, tan solo te indujo un pequeño coma provocado por un intenso e insoportable dolor, un coma del que despertaste tres días después.
-¿Coma?
-Sí, bueno, una palabra técnica que no existe en tu idioma. Justo en el momento en el que despertaste y fruto del dulce, dulce azar, aparecimos en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Verás, cuando no encontraron tu cuerpo, todos creyeron que resucitaste. Al parecer, somos la respuesta al mayor misterio de tu religión. ¡La que hemos liado!
-Pero, ¿por qué?
-Porque sí, porque podemos y porque necesitamos respuestas. Somos científicos y no creemos en Dios. Nuestro deber es despertar al rebaño y abrirle los ojos, demostrar que hay una respuesta científica a todo misterio, empezando por tu resurrección...
-Estoy confuso...
-Tranquilo, descansa. Todo está preparado, solo tienes que contar la verdad. Pero eso será luego.
Todos los hombres abandonaron la sala. Justo cuando la puerta se cerró, un fuerte sonido y una luz deslumbrante ocuparon la habitación. Y, de la nada, apareció un hombre vestido de blanco y oro.
-Hijo, ¿cuál es tu nombre?
-Jesús de Nazaret. ¿Cuál es el tuyo?
-El mío, Juan Pablo III, pero poco importa, porque nadie me recordará. El Mundo ha caído en manos del Maligno, pero, por suerte, los que le invocaron dejaron sus artilugios en nuestras manos para revertirlo.
-¿Revertir el qué?
-No quieras saberlo.
El Papa extrajo la punta de la Lanza Sagrada de debajo de sus ropajes.
-Sea hace 2,021 años o sea ahora, tú destino está escrito en la punta de esta Lanza.
Oscuridad. Los caminos del Señor son inescrutables y, en este caso, ya sea a la derecha de Dios Padre o en la Inmensa Nada, dirigían al camino que la Santa Iglesia había creado, un camino que ni siquiera Jesús de Nazaret fue capaz de alterar.
Oscuridad. Nada alrededor, solo oscuridad. Oscuridad y un silencio sepulcral. ¿Dónde estaba? ¿Qué había ocurrido? No podía saberlo. Después del estupor inicial y como un extraño y lento despertar, escozor. Un terrible escozor en manos, pies y abdomen. A punto de perder la consciencia, un sonido estremecedor y un fogonazo de luz. ¿La luz al final del túnel? No, todavía no. Y, de repente, un picotazo en las venas y la voz de un hombre pronunciando una palabra en un idioma desconocido. De nuevo, oscuridad, solo oscuridad y sueño, un terrible e inevitable sueño.
Año 2,021. Día 247.
Luz. Mucha luz. Demasiada quizá. Hombres ataviados de blanco pululando alrededor nerviosos. Palabras incomprensibles iban y venían. Uno de los hombres abandonó la sala y regresó con otro ataviado completamente de negro, el interrogador.
-Bienvenido.
Esta vez sí comprendió. El hombre de negro se expresaba en su mismo idioma.
-¿Eres consciente de quién eres?
-Sí.
-¿Y de dónde estás?
-No.
-Verás, gracias a las nuevas tecnologías y el irrespetuoso afán del ser humano por conocer la verdad, estás aquí, exactamente donde estabas, pero 2,021 años después.
-Pero, ¿cómo?
-¿Y tú me lo preguntas? El cómo es una de las preguntas de las que estamos deseando oír la respuesta. Pero, bueno, llevas aquí unos días y ya sabemos un cómo. ¿Recuerdas qué ocurrió?
-La cruz. Aquella maldita cruz.
-Mmm, blasfemando... Ya empiezas a caerme bien. Efectivamente, aquella maldita cruz que debería haberte matado, no lo hizo, tan solo te indujo un pequeño coma provocado por un intenso e insoportable dolor, un coma del que despertaste tres días después.
-¿Coma?
-Sí, bueno, una palabra técnica que no existe en tu idioma. Justo en el momento en el que despertaste y fruto del dulce, dulce azar, aparecimos en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Verás, cuando no encontraron tu cuerpo, todos creyeron que resucitaste. Al parecer, somos la respuesta al mayor misterio de tu religión. ¡La que hemos liado!
-Pero, ¿por qué?
-Porque sí, porque podemos y porque necesitamos respuestas. Somos científicos y no creemos en Dios. Nuestro deber es despertar al rebaño y abrirle los ojos, demostrar que hay una respuesta científica a todo misterio, empezando por tu resurrección...
-Estoy confuso...
-Tranquilo, descansa. Todo está preparado, solo tienes que contar la verdad. Pero eso será luego.
Todos los hombres abandonaron la sala. Justo cuando la puerta se cerró, un fuerte sonido y una luz deslumbrante ocuparon la habitación. Y, de la nada, apareció un hombre vestido de blanco y oro.
-Hijo, ¿cuál es tu nombre?
-Jesús de Nazaret. ¿Cuál es el tuyo?
-El mío, Juan Pablo III, pero poco importa, porque nadie me recordará. El Mundo ha caído en manos del Maligno, pero, por suerte, los que le invocaron dejaron sus artilugios en nuestras manos para revertirlo.
-¿Revertir el qué?
-No quieras saberlo.
El Papa extrajo la punta de la Lanza Sagrada de debajo de sus ropajes.
-Sea hace 2,021 años o sea ahora, tú destino está escrito en la punta de esta Lanza.
Oscuridad. Los caminos del Señor son inescrutables y, en este caso, ya sea a la derecha de Dios Padre o en la Inmensa Nada, dirigían al camino que la Santa Iglesia había creado, un camino que ni siquiera Jesús de Nazaret fue capaz de alterar.
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