viernes, 18 de junio de 2010

La máquina del tiempo - Parte I

Doce años, once meses y diez días. Ése fue el tiempo que tardó Gabriel en contactar con Monsieur Talouc tras la muerte de su esposa en aquel trágico incidente. Una nota en su buzón bastó para dar comienzo al principio del fin.


Estimado Gabriel: 

Acabo de recibir su carta y debo advertirle de los peligros de los viajes en el tiempo. Giselle ha fallecido, quiero que lo tenga en cuenta en todo momento. Nada va a cambiar ese hecho. Sin embargo, puedo ayudarle a reencontrarse con ella si está dispuesto a formar parte de mi proyecto experimental y exponer su integridad física y mental a lo que está por venir. Si Giselle no puede volver, debe ser usted quien vuelva a ella. Si, a pesar de todo, insiste en violar las leyes de la naturaleza, la física y de Dios, puede venir a visitarme en el lugar señalado en el mapa adjunto a esta nota. Sin más propósito que el descrito, me despido solemnemente de usted. 

Atentamente, 
Monsieur Talouc. 

P.D.: Dado que ni siquiera yo mismo puedo concretar en qué momento de la línea temporal alfa me encuentro, no estoy seguro de cuándo recibirá esta carta. Aún así, venga a visitarme tan pronto la reciba.”


Tarde, pero no demasiado. Gabriel recuperó una esperanza que parecía caída en el olvido. Su corazón volvió a palpitar al mismo ritmo que el de Giselle por unos instantes, asomándole al abismo de luz y oscuridad que son los viajes en el tiempo. 

El almacén viejo y abandonado en el que había sido citado seguía siendo viejo y abandonado. Sólo un loco o un genio podía vivir en un lugar así, y Monsieur Talouc tenía un poco de ambos. 
-¿Qué hace aquí? 
-Usted respondió a mis peticiones. Me pidió que viniera. 
-No lo recuerdo, ¿pero qué más da? Por favor, pase por aquí -dijo Monsieur Talouc mientras señalaba una montaña de chatarra con un intrincado sistema de cables. 
-¿Qué… qué va a hacer conmigo exactamente? 
-Le voy a enviar a otro tiempo, por supuesto. Es usted el primer voluntario que se presenta y, desde luego, no le voy a dejar marchar. 
-¿Es seguro? 
-Eso está por ver. Usted decide qué riesgos quiere tomar, aunque por su mirada puedo vislumbrar que esa decisión ya ha sido tomada. 
A pesar de todo, Gabriel se introdujo en la montaña de chatarra. Monsieur Talouc cerró una puertezuela en sus narices. 
-¿Adónde? 
-¿Perdón? 
-Disculpe, creo que he formulado mal la pregunta. ¿A cuándo? ¿El Renacimiento? ¿La Crucifixión? ¿La Era de los Dinosaurios? ¿Ayer? 
-Doce años, once meses y diez días atrás. 
Monsieur Talouc reguló algunos parámetros en una primitiva computadora y activó un pesado interruptor.

Luces y oscuridad, sueños y pesadillas, cosquillas y dolor. Gabriel no sabía muy bien lo que estaba ocurriendo, pero todo a su alrededor era cambiante y muy intenso. Unos crujidos le hicieron volver a la realidad. Algo iba mal y no se equivocaba. La montaña de chatarra se desplomó sobre él dejándole atrapado entre escombros. Pero entonces, apareció ella… 

Giselle irrumpió en el almacén gritando el nombre de Gabriel repetidamente. Y allí estaba él, moribundo, viendo su sueño cumplido de reencontrarse con su amada. Ya podía morir más que feliz, realizado. Y así lo hizo.

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