viernes, 11 de junio de 2010

El monstruo alérgico

Stoo era un monstruo como los demás: grande, peludo y con una cantidad dramática de dientes, pero algo le diferenciaba de los otros, era alérgico a la carne humana. Este hecho particular le brindó una triste infancia y una deprimente y casi suicida adolescencia. Sus compañeros de colegio le hacían bullying y nunca encajó del todo en el círculo social monstruoso.

Su presencia pasaba inadvertida en el barrio. Todos le conocían y raro era el día en que no se le acercaba un niño o dos a acariciarle el lomo. Iba a comprar el pan, a clases de yoga, a pasear el perro (de cuya carne no era alérgico, pero poco importaba, porque todo el mundo sabe que los monstruos no comen perros), a pastar césped en el parque...

Stoo vivía en un pequeño apartamento junto a sus dos compañeros de piso, Jimmy y Timmy, pésimos estudiantes, pero expertos juerguistas. Cada día, cuando volvían de la facultad, se encontraban la cena preparada con todo el amor del mundo. Incluso le perdonaban el hecho de encontrar siempre flotando en sus sopas algún que otro pelo que eliminaban furtivamente cuando Stoo no miraba.

Un buen día, Jimmy volvió llorando a casa.
-Jimmy, ¿qué ocurre? -preguntó Stoo.
-Mi novia. Me ha dejado -respondió Jimmy.
-¿Cómo ha sido? Cuéntale al pequeño Stoo.
-Estábamos tomando un café cuando se confesó. Me ha engañado con Kimmy.
-¿Con Timmy?
-¡No! ¡Por el amor de Dios! ¡Con Kimmy!
-¿Y quién es Kimmy?
-No le conoces. No se parece en nada a Timmy.
-Jimmy...
-No, no... Kimmy.
-No, que digo, Jimmy, escúchame. No te preocupes. Hay más mujeres en el mundo. Algún día encontrarás el amor de tu vida. Palabra de Stoo.
-Gracias, no sé qué haríamos sin ti.
En ese momento, Timmy volvió a casa.
-Jimmy, ¿qué ocurre? -preguntó Timmy.
-Mi novia me ha dejado. Me ha estado engañando con Kimmy -respondió Jimmy con los ojos llorosos.
-Lo siento.

Lo que Stoo no sabía era que realmente no era alérgico a la carne humana. Nunca lo fue. Su monstruoso doctor le dio un diagnóstico erróneo. Y lo descubrió cuando una lágrima de Jimmy cayó sobre su piel y nada ocurrió. Un nuevo mundo se abrió ante el monstruo. Mordió a Jimmy en la yugular hasta desangrarlo, arrancó el corazón a Timmy, devoró a ambos, salió al pasillo, se comió a la vecina y a su tedioso hijo (uno de los que le acariciaban el lomo), salió a la calle, se comió a Kimmy, quien eligió un mal momento para salir a pasear, se comió al panadero, al cartero, al guardia urbano y, básicamente, a cualquier cliché profesional que se cruzó en su camino.

Stoo estaba lleno. Había descubierto la carne y la dulce, dulce sangre humana. Por primera vez, sintió amor verdadero. Amor por su perro (monstruo, sí, pero con sentimientos) y amor por el sabor de todo lo que se había perdido. Stoo era feliz y su felicidad se prolongó hasta el final de sus días, cuando murió de viejo y completamente saciado.

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