El verde de los ojos de Giselle no podía verse, pues estaban cerrados. Se encontraba encerrada en un ataúd a dos metros bajo tierra. Sin embargo, no estaba muerta. Su respiración se volvió irregular y su mente se iba alejando de una ensoñación psicotrópica ajena a su voluntad. Entonces, despertó.
No sabía dónde se encontraba. Gritó durante horas hasta que obtuvo respuesta. Un fornido enterrador llamado James le arrancó de los brazos de la Muerte.
-Gracias. Ojalá pudiera pagártelo de alguna manera.
-Tu supervivencia es suficiente recompensa para mí. Eso y el recuerdo de tus ojos verdes que iluminarán mis noches aquí en el cementerio.
Sin mediar ninguna palabra más, Giselle se alejó echando un último vistazo a su tumba y esbozando una sonrisa mientras los nombres de Tarantino y Paula Schultz flotaban en su cabeza.
Giselle se dirigió a una cabina telefónica y llamó a Gabriel. No obtuvo respuesta. Llamó entonces a su buen amigo Mike.
-Mike, soy Giselle.
-¡Dios mío! ¡Estás viva!
-Sí, pero no se lo puedes decir a nadie. ¿Podrías comprobarme una matrícula?
-Sólo si prometes tomarte un café conmigo y me lo cuentas todo.
-Eso está hecho. Apunta: 51965 COD.
-Lo tengo. Thomas Anderson.
Y, tras darle la dirección, Giselle se dirigió a la casa de su casi homicida.
Dos toques en la puerta. Siete segundos después, Thomas abrió.
-¿Señor Anderson? Parece que ésta es la noche de los muertos vivientes…
-¡Tú!
Antes de que pudiera darse cuenta, Giselle fue golpeada y llevada al sótano de la casa mientras intentaba desprenderse de los brazos de Thomas. Una vez abajo, el señor Anderson la soltó violentamente en el suelo.
-¿Por qué me haces esto?
-Cuando te golpeé con el coche, mi mundo se vino abajo. Iba borracho y sin seguro. Si hubiera llamado a la policía, me hubieran encarcelado. Aproveché que estabas inconsciente para enterrarte viva. Tuve que pagar a los forenses, no tenía más remedio. No esperaba que acabara así…
-¿Qué vas a hacerme ahora?
-Nada, aunque dejarte escapar no es una opción.
-Tarde o temprano, Gabriel me encontrará.
-Esperemos que sea tarde entonces.
Y así fue. Giselle pasó en ese sótano doce años, once meses y tres días sin intercambiar palabra con su secuestrador hasta que Thomas tuvo algo que contarle.
-Hola, Giselle.
Giselle no contestó.
-He estado siguiendo a tu novio, sólo por si acaso, y no vas a dar crédito de lo que piensa hacer. Quiere viajar en el tiempo para recuperarte. En estos momentos, se está dirigiendo al almacén de Monsieur Talouc. ¿Puedes creerlo?
La Diosa Fortuna sonrió a Giselle. Thomas Anderson murió de un ataque cardíaco mientras el de la chica empezaba a latir al ritmo del de su amado. Vio la luz al final del túnel y corrió hacia ella.
Giselle irrumpió en el almacén gritando el nombre de Gabriel repetidamente. Y allí estaba él, moribundo, viendo su sueño cumplido de reencontrarse con su amada. Ya podía morir más que feliz, realizado. Y así lo hizo.
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