jueves, 1 de julio de 2010

La última voluntad del Señor Larroque

Queridos hijos, nietos, biznietos y demás prole:

Si estáis leyendo esta carta, significará que habré muerto. Siempre quise escribir algo así, ya me conocéis. No voy a deciros qué hacer con mis pertenencias y mis riquezas, pues siempre fui un hombre bastante sencillo y encontraréis poco o nada. Eso sí, no os lo voy a poner fácil. Aquí tenéis una lista de sugerencias que deberán ser cumplidas en mi funeral.

En mi último adiós, quiero que estén a mi alrededor todos aquéllos que fueron importantes en mi vida. Será vuestro trabajo localizarlos y reunirlos a todos. Según mis cuentas, son 144, ni uno más, ni uno menos, y deberán estar todos.

El lugar os lo dejo a vuestra elección, pero deberá cumplir una serie de condiciones. A saber: deberá ser en un valle natural, rodeado de árboles y junto a un arroyo. El arroyo deberá ser afluente de otro río que lleve directamente al Mar Mediterráneo.

Una vez todos reunidos en el lugar citado, se formarán dos filas de 72 personas a cada lado, las cuáles deberán ser ordenadas por edad. Entre las dos filas, un coche de caballos sin jinete recorrerá el largo pasillo portando mis restos mortales en un ferétro azul cielo de madera de nogal pintada con lo siguiente grabado: "Del engaño, llévame a la verdad; de la oscuridad, llévame a luz; de la muerte, llévame a la inmortalidad". Por supuesto, deberá estar grabado en Sánscrito, tal y como aparece en los Upanishads.

Cuando los caballos hayan recorrido el pasillo, los cuatro asistentes mayores, esto es, las dos primeras personas de cada fila, recogerán mi ferétro y lo posaran sobre un altar preparado para la ocasión. Lo abrirán y extraerán de él el borrador de la única novela que tuve voluntad de escribir durante toda mi vida, la cuál será introducida en el féretro previamente. Podréis encontrarla en mi caja fuerte, junto a las joyas de mi bisabuela, que, con toda probabilidad, ya habrán sido vendidas. Del mayor de los cuatro será labor de leerla en voz alta únicamente para los asistentes al funeral. Dicha lectura no podrá ser grabada de ninguna manera y bajo ningún concepto en cualquier tipo de soporte audiovisual, si no en la memoria de todos y cada uno de ellos.

Tras acabar la lectura, se procederá a devolver la novela al féretro y hacerlo arder junto a mis miembros marchitos hasta que sólo queden las cenizas, las cuáles serán arrojadas al arroyo tras la ceremonia.

Éste es mi deseo y ésta es mi voluntad. Espero que seáis fieles a mi persona y, sobretodo, a mi recuerdo.

Atentamente,
Hórace Larroque