jueves, 10 de junio de 2010

La monja violadora de reptiles

En todo rebaño que se precie existe la figura de la oveja negra, la oveja descarriada, la marginada, la incomprendida. Era el caso de Sor Dolores, también conocida por aquellos lares como Lolita o la monja violadora de reptiles, apodo harto injusto, ya que su peculiar afición zoofílica se centraba más bien en anfibios, pero qué se puede esperar de una comarca donde lo más parecido a un profesor de ciencias naturales era el cabrero.

El Monasterio de San Patrocinio se alzaba en lo alto de un bonito pero irregular prado repleto de margaritas y narcisos, muy a lo “Sonrisas y lágrimas”, pero sin una Julie Andrews espitosa danzando y cantando poseída por el espíritu de la golosina. Estaba gobernado por una Madre Superiora que guardaría cierta semejanza con Adolf Hitler si tuviera menos bigote.

Lolita entró en el despacho de la Madre Superiora ataviada con unas botas altas, una falda de vinilo negro y un top ajustado dejando poco o nada a la imaginación. Sin saber muy bien de dónde, sacó un cigarrillo y lo encendió, lanzando el humo de la primera calada a la cara de la Madre Superiora.
-Aquí no se puede fumar -dijo la monja.
-Lo siento.
Lolita tiró el cigarro al suelo y lo apagó con la punta del tacón de una de sus botas.
-¿Podría repetirme por qué debería aceptarla?
-No tengo adónde ir. Quiero dejar mi vida atrás.
-No será fácil, empezando por el voto de silencio o el de castidad…
-Ya me he cansado de los hombres. Créame, las he visto de todos los tamaños, formas y colores y, de verdad, no me quedo con ninguna.
-¿Promete no volver a hablar del tema? De hecho, ¿promete no volver a hablar?
-Lo prometo.
-Puede que me arrepienta de esta decisión todo lo que me quede de vida, pero está dentro.
Ésta fue la carta de presentación de Sor Dolores, presagiando lo que estaba por venir.

Lolita, ya con su uniforme oficial de frígida, se adaptó rápidamente al monasterio. Las demás hermanas parecían contentas con ella e, incluso, empezó a dibujárseles algo poco visto en San Patrocinio, una sonrisa. Pero la Madre Superiora tenía sus dudas y no pudo dejar de espiarla a través de una rendija en la pared. Lo que vio la hubiera enmudecido si hubiera podido estar hablando. Lolita estaba restregándose un sapo por sus partes íntimas de manera lujuriosa. Fue llamada rápidamente al despacho.
-¿Qué sucede? Ahora no es buen momento…
-Has pecado -interrumpió la Madre Superiora-. He visto lo que hacías con el sapo y debo añadir que es lo más repugnante que he visto en mi vida. Me arrancaría los ojos si no fuera pecado.
-Déjeme explicarme. Hablemos claro, ya que follar está prohibido y mi libido por las nubes, tenía que hacer algo para poder dormir.
-La masturbación también es pecado.
-Técnicamente, no me estaba masturbando. Ni teniendo sexo. Era una pequeña trampita a los ojos de Dios.
-A Dios no se le puede hacer trampas. Él lo ve todo.
-Estoy segura entonces de que habrá disfrutado del espectáculo. Al fin y al cabo, es un hombre.
-No lo vuelva a hacer, por favor. Pero, sólo por curiosidad pecaminosa, ¿qué ha sentido?
-Imagine el olor de una rosa por la mañana con sus gotas de rocío. Imagine el sabor de un pedazo de pan recién sacado del horno. Imagine la melodía de su canción favorita. Imagine todo eso a la vez y multiplicado por todas las veces que se ha preguntado qué se siente.
La Madre Superiora tragó saliva. Una vez Lolita había vuelto a su celda, la Madre Superiora empezó a plantearse lo implanteable. Craso error. Murió al día siguiente por el veneno de un batracio no apto para el consumo autoamatorio.

Muerto el perro, se acabó la rabia. San Patrocinio se convirtió en el hogar de unas mujeres, más que monjas, felices y satisfechas. No sólo fueron los sapos psicotrópicos, si no que más tarde llegó el lesbianismo, el amor y la lujuria en el estado más salvaje conocido. Y sí, Dios nunca más tuvo que pagar por porno.


Nota del autor: Éste es un relato de ficción y, bajo ningún concepto, se recomienda la zoofilia ni el restriegue de batracios varios por zonas íntimas. Podría ser peligroso para la persona y nada ético para el animal.

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